Beijing, 02.11.05
Habiendo estado una semana y media enferma con un virus de estómago en casa sin poder: comer, levantarme más de dos minutos seguidos, y sobretodo, sin tener fuerzas, ganas ni paciencia para explicarme en chino… Habiendo estado así, en primer lugar, no os he escrito. En segundo lugar, he tenido más de una ocasión para ir al hospital.
No, tranquilos, no voy a uno de esos hospitales chinos poco fiables, donde las jeringas se reutilizan hasta la saciedad, sino que voy a una clínica para extranjeros y chinos privilegiados. Sí, la teoría del comunismo (así como muchas otras tendencias políticas, ¿no?) deja unos ecos que sirven en gran medida para controlar al pueblo, pero los líderes quedan exentos de sus “teorías por y para el pueblo”. Por ejemplo, en Bĕijīng, el gobierno enciende las calefacciones oficialmente el 15 de noviembre. Pero, mientras escribo, Jiang Zemin está calentito en su casa y en cambio, el señor que cada mañana trota en su caballo que arrastra un carro lleno de manzanas está ahora durmiendo en el puente delante de mi casa.
Pero sin más divagación, subo en un taxi, uno de los rojos. Estos son los más trotados de Bĕijīng (en cambio, los verdes son los nuevos que los substituyen para los Juegos Olímpicos del 2008). Me siento y con suerte, a la tercera vez él entiende adónde me dirijo contestándome con un “hăo”. Los taxis son, sin duda, la mejor clase de chino y sobretodo, uno de los mejores medios para entender la situación interna de la China actual. En la media hora que durará nuestra aventura -esquivando coches y camiones, subiéndonos en alguna que otra acera por si uno llegara a perder la paciencia y casi atropellando una docena de ciclistas- uno puede entender la mayor migración humana que se ha dado en la historia mundial.
Hezhi me solía decir que China no tiene futuro alguno porque sus conflictos sociales, políticos, económicos y religiosos internos tienen más peso que los beneficios que puedan resultar de los intercambios comerciales con otros países. Además, si ahora, en una sociedad atenuadamente subversiva, la población ya es consciente de estos problemas y de la debilidad del gobierno ante los mismos – por mucho que éste insista en que “están controlando la migración de las masas a las macro-urbes” o en que “las minorías étnicas están orgullosas de pertenecer a la Madre Patria”, entonces, ¿qué ocurrirá cuando la economía de mercado exija – si no lo está exigiendo ya – un cambio en la estructura social?
El gobierno no podrá sostener el sistema actual que en gran parte consiste en recaudar los beneficios de la inmensidad de empresas estatales así como de las firmas internacionales que dejan grandes márgenes en el país, y con este dinero, por ejemplo, financiar el tesoro de Estados Unidos, sin repartir ni un duro a sus trabajadores. Sí, estoy en la tierra de Mao. Y menos aun, le va a dejar el pueblo seguir conservando esta fortuna en dólares, entre muchas otras monedas, con la intención de evitar que el valor del RMB aumente. Así, actualmente, el dinero que ganan los trabajadores tiene poco valor y los precios se mantienen bajos, con lo cual el margen de beneficio es mayor, pues el coste laboral aquí es indignamente bajo.
Pero hasta que los trabajadores se atrevan a rebelarse – después de la represión Tian’anmen del 1989 o la de Xinjiang del 2002, cualquiera se atreve. Aun nos queda tiempo para hablar con Wáng.
Él y un par de amigos suyos – unos 150 millones de personas – empezaron a emigrar del campo chino a las grandes ciudades hace unos veinte años. Pasamos un semáforo en rojo y un guardia (un chico joven vestido en un uniforme) nos grita. Muchos de los uniformados y sobretodo, los que hacen de guardias de seguridad han venido del campo chino y han encontrado este trabajo. Pero Wáng y el guardia, dentro de su condición “oculta” de “waidiren” – o lo que es lo mismo, personas que no son de la ciudad, es decir, del campo – han obtenido una posición social perfectamente digna.
Pero para la amiga de Wáng, no es lo mismo. Esta señora que vivía en Anhui, una de las provincias más pobres de China, era profesora en su pueblo y por ello, gozaba de una consideración y un respeto envidiables. Ahí pasaba los días junto a su familia, su hija de 5 años y a pesar de que su sueldo era ínfimo, su vida, a nuestros ojos, tenía un curso normal. Ahora vive en Bĕijīng, haciendo canguros sin tener su “hukou” (el permiso de residencia, trabajo y todo lo que nos podamos imaginar para las ciudades). Es decir, ilegalmente, como otros 3 millones de personas.
Gana 2700 RMB más al año aquí que en Anhui (“sólo” 300 Euros). No tiene ningún familiar en la ciudad y, como sumo lujo, puede regresar a casa una vez al año. Aquí recibe algo menos que insultos y la gente –los de Bĕijīng – evita a los waidiren. ¿Sólo por 300 euros alguien con un pasado como el suyo se condenaría a un estatus denigrante, a renunciar a su familia, etcétera, etcétera, etcétera?
De los 150 millones de amigos de Wáng, la inmensa mayoría provienen de regiones del oeste y del sur de China, que son y han sido siempre agrarias. Este sector ha sido eternamente crucial en la historia de esta nación. Esto no sólo se debe al hecho de que un 6% de la tierra arable del mundo tenga que alimentar al 20% de las hambrientas barrigas del mundo, pues esto es en si todo un reto. Sino que también ha sido vital porque China, sobretodo entre los siglos XVI y XVIII, gozaba de unos niveles de vida en que todo el mundo, gracias a la autarquía de productos, tenía suficiente para comer. Así, China se durmió en los laureles y vinieron los ingleses a negociar con ellos y a pedir que abrieran puertos para comerciar. Pero China era el superpoder mundial (he ahí su nombre “Pais Central” Zhōng Guó), ¿para qué iba a negociar con esos ‘racialmente inferiores’? Sin embargo, pronto Inglaterra empezó a pagar con opio y toda la guerra – como sabéis, literalmente – acabó, entre muchísimas otras consecuencias, en la apertura de ciudades portuarias que fueron cedidas temporalmente a los ingleses. Ante esto, por supuesto, los chinos tenían que hacerles la competencia, así que no dudaron en establecer más ciudades comerciales en la misma costa levantina.
Aquí es adónde van los amigos de Wáng ahora. Donde hay la riqueza, donde vivo, el Bĕijīng, Shànghăi, Tianjin, Guanzhou, etc. que nada tiene que ver con Xizang (Tibet), Xinjiang, Ānhuī, Guìzhōu, etc.
En casa de los amigos de Wáng, la Revolución Cultural y los planes de modernización de 10 años comunistas apresuraron la imposición de técnicas de cultivo modernas. Los comunistas eran conscientes de que estas tecnologías exigirían puestos de trabajo para absorber la colosal masa de personas que perderían su empleo, pues su mano de obra ya no sería necesaria. No sólo estos dos factores han causado la relativamente reciente y masiva pérdida de empleo entre los agricultores.
Asimismo, desde 1982, Deng Xiaoping dando lugar al plan de “Reforma y Apertura” concedió a los agricultores (por vez primera en la historia del país) comprar la tierra que iban a labrar. Las comunas centenarias desaparecieron y con ellas la escasa motivación que invadía el espíritu de los labradores, pues ellos nunca recibían nada de lo que cultivaban. La eficacia, el interés personal y la iniciativa privada han incitado a que los agricultores necesiten menos mano de obra.
En consecuencia, el gobierno que esperaba que todos estos empleos restantes quedaran absorbidos por otras tareas que tienen lugar en las zonas rurales (fabricación de ladrillos, cuchillos o herramientas para arar, etc.) se quedó unas cuantas decenas de millones de personas cortos. En conclusión, les salió el tiro por la culata. El estado siempre promovió la investigación en tecnología en un auténtico esfuerzo por mejorar la situación de los campesinos. Sin embargo, esto sólo ha hecho que agrandar la diferencia socioeconómica entre ciudad y campo y además, hace imposible la absorción de 150 millones de personas en 20 años en cuatro ciudades contadas. Una urbanización tan rápida es imposible, y para esto existen los “hukou” que segregan el campo de la ciudad.
(El Partido Comunista promovió la investigación científica pero, paradójicamente, atacó los valores Confucianos del trabajador dedicado y perseverante, con siempre más ganas de aprender, pues decían que de la educación era de aquellos que pertenecían a la élite – a aquellos que sometían al pueblo – al proletariado. Pero luego, las fuerzas comunistas fueron buenas y han conseguido que 73% del país no sea analfabeto, el récord histórico alcanzado ya que construyeron muchas escuelas y nos simplificaron los caracteres).
Hasta el 2010 se prevé que 300 millones de personas más se muden del campo a la ciudad (para entonces, ¡yo ya no cabré aquí!). Qué van a hacer, me pregunto, pero desde luego esta migración masiva es la que alimenta el progreso a un ritmo imparable de China y sobretodo, lo que provoca que este país cuente con una gran ventaja sobre los demás. Los amigos de Wáng que han venido y vienen son los responsables de que los costes laborales se mantengan bajísimos, pues el “recurso humano” (pues aquí, derechos no tienen los trabajadores y menos aun condiciones laborales dignas) es infinito. Cabe prestar atención a que a pesar de que en los últimos 20 años, casi cuatro veces la población de España se ha mudado a las ciudades, ¡el 64% de la población China aun reside en el campo!
Wáng frena bruscamente en el siguiente semáforo. Pago, gracias (por todo) y al bajar entiendo un poco más del campo chino. A partir del domingo, pasaré ahí dos semanas. En definitiva, todo lo que vivo se trata de personas.
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