viernes, 8 de agosto de 2008

el mandarín

Shanghai, 06.08.08

“Cuando el pueblo es tan numeroso, ¿qué puede hacerse por su bien? Hacerlo rico y feliz. Y cuando sea rico ¿qué más puede hacerse por él? Educarlo” Confucio

El otro día me reía con Wang Yan, mi profesora de mandarín, del hecho de que su abuela no hablara mandarín aun siendo china. Yo le comentaba que tenía que conocer a su abuela porque tanto ella como yo nos encontramos en la misma situación: estamos en China y no hablamos chino (yo, al menos, no todo lo bien que querría; su abuela ni siquiera eso). Pero a parte de esta anecdótica coincidencia, nadie diría que Wang Peng, la abuela de Wang Yan, y yo tenemos nada más en común. El día que nos conocimos…


En un callejón oscuro con sabor a mil especias, nos sentamos Wang Peng y yo mientras nos miramos bajo la tenue luz que brota de las brasas de los hombres de Xinjiang – morenos, de ojos casi redondos, facciones similares a las mías y musulmanes. Gritan y gritan, mientras el jefe del local donde nos sentamos nos sirve los “xiaolongbao” más típicos de Shanghai. Nos llegan en una jaula de bambú y mientras los abrimos se escapa el aroma de la carne. Ella y yo no nos expresamos con palabras pero esa cándida sonrisa que arruga cada uno de los rincones de su ajada piel, me dice que los “xiaolongbao” van a estar muy buenos.

Cada una de las ochenta arrugas de Wang Peng narra un año en la vida de este país, así que ella misma conforma la personificación de la historia más reciente – al igual que sus contemporáneos.

Wang Peng habla Shanghaihua, es decir, el dialecto de Shanghai, y yo hablo Mandarín, el idioma oficial del país.

Si bien la historia de esta cultura (que no país) y de estos dialectos se remonta siglos atrás, la trayectoria del Mandarín propiamente dicho es ciertamente reciente.

Antiguamente, hasta el siglo XIV d.C, cuando China era el conjunto de tribus y etnias sin delimitación definida, no existía un idioma oficial. Los dialectos regionales eran el idioma vehicular de cada etnia y, en el momento en que una tribu pasaba a dominar las demás, su lengua se convertía en la influyente. Pero como bien saben los suscriptores de mi diario de China de hace tres años, las tribus dominantes se alternaban en el poder haciendo de China el “país” con el feudalismo más largo de la historia. La historia de China es la historia de la fuerza, del dominio – a mi modo de ver, claro.

Así pues, en ese entonces, los dialectos regionales eran los utilizados verbalmente aunque existía lo que Confucio llamaba el “yayan”, o lenguaje refinado. Incluso en el seno de la élite de la sociedad china que empleaba el “yayan” se le daba distinta pronunciación a los mismos caracteres. De ahí, que el factor de unión de los dialectos de China (y del “yayan”) fuera y sea la escritura.

Más adelante, desde el s.XIV hasta que se consagrara la República China en 1912 con la expulsión y aniquilación del Dinastía Qing, China seguía siendo el conjunto de dialectos aunque en el Gobierno se utilizaba el “guoyu”, que no era más que el dialecto de la ciudad que fuera capital en ese momento. Así pues, durante siglos, el dialecto de Nanjing fue el dominante en las relaciones políticas y luego lo fue el de Beijing. Sin embargo, parad a imaginar, la inmensa dificultad de regir un país de tal envergadura sin un idioma común y sin capacidad de comunicación entre los puertos, entre mercados.

Con el objeto de unir el país y de crear y establecer una lengua común, el Kuomingtang intentó integrar elementos de los distintos dialectos en el dialecto de Beijing (que en ese momento era el dominante). Comprensiblemente, esto resultó ser un absoluto fracaso, además de una pérdida de tiempo en los tiernos momentos de coyuntura política del país.

En China, siempre ha funcionado – tristemente – la mano de hierro y, en 1955, con el establecimiento de la República Popular, los líderes comunistas creyeron inminente la necesidad de crear e imponer un idioma común para unir al país. Esta misma lengua, el denominado Mandarín o Putonghua (lenguaje común) es, paradójicamente, el que ahora nos separa a Wang Peng, a los hombres de las brasas de Xinjiang y a mí en nuestro esporádico encuentro.

El Mandarín moderno germina del dialecto de Beijing – una vez más, la capital – denominado “hanyu”. El Hanyu es el idioma de la etnia Han, o bien, la etnia dominante en todo el país. Tras sufrir una profunda remodelación y simplificación de los caracteres, el Hanyu se ha convertido en el idioma oficial de esta nación – y a su vez, en un sucedáneo desnaturalizado de los caracteres tradicionales y ancestrales. Es un instrumento de comprensión, de gobierno y de patriotismo. Pero lo más importante es que la codificación del Hanyu consiste en su transcripción fonética al “pinyin” mediante grafismos de alfabeto latino.

Por un lado, la simplificación de los caracteres ha permitido que el analfabetismo en China disminuyera desde un elevadísimo 80% antes de 1955 a un 8,72% en el año 2008 – según cifras oficiales.

Por otro lado, el pinyin ha contribuido a la expansión masiva de este idioma tanto entre personas nativas como extranjeras. Previamente a la Revolución, gran parte de los extranjeros y la totalidad de los analfabetos nativos podían expresarse oralmente no pudiendo así hacerlo de forma escrita, dada la falta de una codificiación que permitiera aprender.

A pesar de que la situación ha mejorado sustancialmente, el camino no está labrado y, a la vez que China se unifica y se abre las puertas saludando al mundo con su “nihao”, la trastienda de la historia da portazo a sus dialectos y la infinidad de surtidas culturas que ellos nutren. Wang Peng y yo, nos seguimos mirando sin poder comunicarnos bajo el vapor aromático del bambú a sabiendas de que su generación y su sonrisa son el último aliento de la China de las etnias.

[Nota: permitid que os recuerde que aun queda gran camino por trabajar ya que este inmenso país ha sufrido un indecente aumento del analfabetismo desde el comienzo del milenio. Desde el año 2000, la proporción de adultos chinos analfabetos ha aumentado en un 33%, del cual el 90% habita en zonas rurales, el 50% en la parte occidental del país y el 70% son mujeres. 200 condados carecen aun de red de educación primaria; el trabajo agrario y doméstico sigue constituyendo el gran motivo de ausentismo escolar entre la juventud. Mientras, Gao XueGui califica este problema de “preocupante”.]

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