Shanghai 26.07.08
Sin más, latigazo de calor que despeja a todo aquél que se guarece en el frío artificial para aventurarse en la jungla urbana. Incontables, desordenados y ruidosos coches, taxis, camiones, autobuses, carros con campanas, bicis, motocicletas.
Caos.
El arcén, imperio de motocicletas eléctricas, silenciosas y amenazadoras, no menos que la infinidad de taxis que circula estampando de multicolor las grises calles de esta revuelta urbe. La acera, un mar de satinados paraguas que guarecen teces de porcelana de las mujeres, sólo revelan escuálidas piernas, esquivan la multitud de mutilados que mendigan sobre patinetes y las vendedoras de fruto de loto tostadas por el sol con sus caras del color del óxido de sus viejos carros.
Metro subterráneo, paso elevado de peatones, tren todavía más alzado y, en medio del valle de rascacielos, sin temor alguno, guardias urbanos simulan controlar
Entre tanto, exigiendo su lugar, docenas de escobas de bambú deshojadas, ajadas y descoloridas, acarician la suciedad, balanceándola sin mejorar
Obras abandonadas durante el día que cobran vida por la noche, cuando la luna da vida a infinitos duendes que trabajan sin cesar para construir, por ejemplo, cuatro vías de metro en cuestión de cuatro años.
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