Si te posas sobre mí, te lo voy a contar, pues conozco bien este lugar.
Permíteme que te acompañe por donde quieras andar: donde ya no huelas el verde de mis hojas, donde cientos de abanicos sean un mar de mariposas.
Escoge entre un parque solitario, los laberintos del taiji o las enramadas parejas de baile que forman una red a nuestro paso. Intentaré que olvides, al son de las cigarras, aquellos hurones rascacielos que curiosean entre los árboles.
Pero agárrame con fuerza, porque el denso, blanco humo de los hombres que observan la centena de parejas mientras bailan; los jugadores de cartas que brotan como setas rodeados de amigos que parecen agentes del juego; los niños que pedalean en los lagos y enfurecen a los peces; el pescador solitario y fracasado… todo ello te distraerá.
Escucha como el cantar de los pájaros es la música que proviene de una orquestra improvisada. Con su director entregado y sus partituras escritas a pulso. Sus dos acordeones, su violín y sus voces. Pero vigila que no te quite el pulso toda esta experiencia y sigue el ritmo de las maracas, del taiji, del equilibrio, pues Fuxing no siempre fue así.
Recuerdo florecer entre las manos de
Pero poco se demoraron los japoneses quienes tomaron mis raíces, bajo Shimonoseki, y consiguieron que durante un largo período tiempo echara en falta la música y los niños del parque. Entre tanto, gris y solitario, observé como se erigía una estatua de dos cabezas, según cuentan, Marx y Engels.
Los fríos días pasaron y la soledad se disipó, para devolver a este lugar la vida que le caracteriza cada domingo.
Pero Fuxing no siempre fue así y esto es lo que debes recordar.
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