domingo, 29 de marzo de 2009

Que tengas un gran día

Barcelona, 29. 03. 09

A quien me regaló “Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo […] para los creadores no hay pobreza ni lugar indiferente”. A quienes nos aliñan las mañanas.

Famosa la conversación que desdicha la cotidianeidad; brota casi diariamente creando un recurrente déjà vu. Maldice las raíces idealizando las alas, para, sin embargo, anclar a uno en la paciencia y la tenacidad de sus proyectos.

Si las mañanas son importantes es porque marcan la predisposición de uno al cúmulo de acontecimientos que se le vayan a presentar durante ese día. Los hay de todas las tonalidades – tristes y alegres – pero no hay nada categóricamente como tal, sino una forma de interpretarlos que los adereza de tal modo que pueden percibirse como se quiera.

Acelero corriendo, escaleras abajo y oigo como, sin cesar, me llama el pitido del tren, combinado con el trote descoordinado de mis pies. Un día me caeré, siempre pienso. Y es que sin duda, ¿cuántos de los mismos pensamientos tenemos cada día? ¿cuántas de las mismas caras vemos día tras día, aún sin ser realmente las mismas personas?

Consigo entrar, la puerta se cierra tras de mí y sonrío desde la satisfacción y la suerte de no haber incurrido en el incidente que predecía. Pero lo más sorprendente es que quienes me acompañan en ese vagón me devuelven esa mueca, quebrando su hierática figura, como si fuera la primera que esbozan en su mañana: ¡señores, estrenen este nuevo día!

La música sigue sonando en nuestros oídos, cada uno en su mundo, compartiendo un espacio común pero, a su vez, sin atrever a invadir uno el del otro. Las miradas fijadas al horizonte esquivan las de otros para no establecer más contacto del que es de recibo.

El tren retiembla, las vías nos sacuden, el maquinista hace sus pinitos conduciendo y, finalmente, nos arriba a nuestro destino. Y, sin el más mínimo apego, los compañeros de viaje divergimos en nuestros caminos, con serios y grises rictus – que, si lo vas a mirar, no desentonan con el paisaje.

Pero al emerger al día soleado, esas caras permanecen adustas, frías e insensibles: eso sí contrasta con el cielo azul.

En esa soleada plaza, conviven desde la distancia multitud de distintos y curiosos personajes. Turistas sonrosados con sus batidos en mano bajo el sol; mendigos mutilados de pieles ajadas a la sombra; estudiantes de jovialidad absorta y tantos otros que ni siquiera se pueden clasificar. Pero, cada uno pasea por aquellos mismos adoquines sin reparar en quién camina a su lado y, mucho menos, sin regalar al mundo la más tímida sonrisa.

El incondicional chico de los periódicos anclado en la esquina de la plaza debe creer que los viandantes no se conocen; pero la impersonalidad es sólo una máscara, pues no hay que ser muy agudo para dar cuenta de que la mayoría de días nos cruzamos con la misma gente, que, en definitiva, constituye una parte de nuestra rutina.

Solemos caminar abstraídos, al paso de caras que dejan a uno indiferente. Solemos pensar que las sonrisas y el contacto son sólo para aquéllos que lo merecen. Incluso dejamos de evocar, desintencionadamente, cualquier sensación por creer que esa contribución no será apreciada.

Pero la sonrisa de quien la entrega sin más es la que destaca en la monocromía, y, en definitiva, la que aliña tu mañana.

Que tengas un gran día.

1 comentario:

kamara-und-du dijo...

Y así es.
El maravilloso mundo de las mañanas.