domingo, 31 de agosto de 2008

sólo en la primera media hora

Beijing, 12.12.05


Conozco a una chica, Bèi Dì. ¿Y tú?

Cada mañana, los rayos del sol patinan por su húmeda ventana llena de vaho y poco a poco, la despejan. Hay cosas que se esté donde se esté nunca cambian. Pero hoy, y la mayoría de días, esto es lo primero y último que es igual en la su vida y en la de la que ahora os escribe.

Por fin se decide a entreabrir los ojos para, siempre primero, comprobar que las luces del salón no están encendidas, pues si es así, su madre está despierta y la atacará, con toda la buena intención del mundo, a preguntas. Están apagadas, menos mal. Sigilosamente hasta el cuarto de baño, luego la nevera, en seguida a mi habitación y cuando estaba a punto de coger la comida que llevarse al instituto, me ha contado, que se ha levantado. Pasos que, literalmente, hacen temblar el suelo. Un cuerpo, al igual que los de su generación, endurecido por los tiempos más duros pero que guarece auténtica bondad.

Sin embargo, a ella que por la mañana normalmente ya se me da fatal dar conversación, cuando le hablan en chino es aun peor… Total, que se despide su madre que ya está escoba en mano barriendo la habitación de la casa y desaparece rápidamente.

La música la evade, si el día no ha empezado muy bien, pero por mucho que a veces esté escuchando lo menos oriental del mundo, China le sigue ciñendo. Un viento frío y seco, montañitas de hielo en el suelo a las que nunca se acabará de acostumbrar manchan las baldosas rojizas mates.

En el cruce, docenas de bicis esperan a que la policía dé la salida levantando el brazo que acaba en una bandera tricolor y les espera un policía que parece cronometrar la llegada en la esquina que las refleja. Hay orden: autobuses, coches, bicis, rickshaws, peatones… Todos lo sabemos.

Lavabos públicos, carros de caballos con frutas, una gamba salta por la calle pues se ha escapado del grupo que vende un señor de Hebei, ancianos en medio de la gran avenida con cometas que vuelan más altas que los edificios, una tetería, mil peluquerías, mucha mucha gente.

Finalmente, tres policías vestidos en uniformes militares guardan las puertas del instituto (del mío, del de Bèi Dì y de todos). Les saluda, entra y se frota los ojos que permanecen dormidos mientras ocurre tantísimo a su alrededor.

los perros más caros del mundo

Beijing, 22.11.05


Iba andando por los hútòngs de Bĕijīng y de repente he oído un ladrido… uno de esos agudos que se oyen de vez en cuando pero que a todo el mundo le cuesta identificar de dónde provienen. El chillido se ha colado dentro de mí y he tenido que dar media vuelta y mirar al suelo un buen rato para saber que acababa de pisar un perro enano.

La verdad es que sólo me sabe mal por el animal, pero me hace gracia (por mucha pena que me dé que tenga que ser así) que acabe de pisar uno de los gastos mensuales de la señora que permanece estática mirándome con furia desde el otro extremo de la correa. ¡Y es que los perros de las ciudades chinas pagan impuestos! ¿Por qué? Para desanimar a que la gente los tenga. ¿Por qué? Porque no hay espacio para personas y para perros (los perros tienen que ser pequeños o miniatura por ley).

Todo esto suena a broma, a lo que a mí me sigue sonando. Además, sabiendo que cuando empezó esta ley, los propietarios de perros tenían que pagar 5000 RMB cada año en impuestos de este tipo, me suena a una de las mejores excusas del gobierno para recoger algunos fondos de más.

Sin embargo, dejadme poner esta cifra en perspectiva. Escolarizar a un niño del campo cuesta 1000 RMB al año, por supuesto dejando de lado lo que pueda sumar el alojamiento, la comida, etc. Otro ejemplo, tener un segundo hijo en las ciudades supone una multa que oscila alrededor de los 50000 RMB y esta penalización económica, entre otros factores, ha sido crucial en el éxito de la ley que controla el exceso de población. Es decir, con lo que se paga de un perro de diez años se paga también un segundo hijo. Por lo tanto, esta cantidad es mucho dinero.

“Pobre chucho” pienso mirando al perro de oro, pero lo hecho, hecho está. Igualmente, hecho está el llamamiento del gobierno de Mao Zedong para aumentar la población de china durante su mandato. ¡Y ahora ni el perro, ni la señora, ni yo cabemos!

El señor que una vez lideró este macro-país y cuyo cuerpo ahora yace en público en Tian’anmen (Cabe decir, que todos los demás cadáveres de las ciudades chinas se creman por falta de espacio. El suyo es históricamente relevante.) tenía ciega fe en el poder de la masa. Esto es no sólo en cuanto a la revolución del pueblo una vez sometido por la burguesía sino también en tanto que la capacidad de China de convertirse en una potencia mundial radica en su número de habitantes siempre que esta población este bien alimentada. Por lo tanto, el Presidente espoleó la producción de arroz así como la natalidad y la gente le siguió. ¡Qué líder!

De modo que en los años sesenta y setenta, la tasa de natalidad china incrementó en lo que parecía un ritmo sin límite. Sobretodo, alrededor de 1979 cuando la población superó el billón de habitantes y pasó a ser un cuarto de la población mundial, los líderes se empezaron a preocupar. El plan había dado resultado, pero tal crecimiento era y es insostenible ya que a esta locura demográfica se le añadió la previa crisis causada por la Revolución Cultural y el Great Leap Forward.

Todo apuntaba a que el crecimiento no iba a parar, ante todo porque dos tercios (repito: ¡dos tercios!) de la población era menor de treinta años, y por lo tanto fértil (más fértil que la tierra del norte en la que el gobierno insistía en talar bosques con la intención de sembrar y producir arroz en un clima donde es imposible que crezca.) Un desastre ecológico, demográfico, ahora social.

En definitiva, cambio de planes: mejor será decir que ahora toca no tener hijos. Entonces, Deng Xiaoping, salvando la reputación del Maestro, cambió la táctica a través de la aprobación de una ley que pretende controlar el número de nacidos por familia.

Lo que se cuenta en el extranjero es que sólo se puede tener un hijo, y esto es cierto para los pertenecientes a la raza Hàn que viven en las ciudades. Esta etnia constituye el 90% de la población china, pero sólo el 35% de la población total china vive en las ciudades. Las minorías étnicas pueden tener hasta dos hijos, por razones culturales, tanto en el campo como en las ciudades. Algunas hasta tres. Además, en el campo, si se tiene una hija, se puede tener un segundo hijo (con la intención de que sea barón y así transmita el linaje, trabaje en el campo, prevenir el infanticidio femenino, etc.).

¿Funciona este sistema? En veintiséis años, la población ha pasado de componer un cuarto de la mundial a aproximadamente un quinto (aunque también es pertinente tener en cuenta el auge de India, que no tiene ninguna ley de estas características). Pero, aun así, desde entonces han nacido – y censados – 269, 000,000 bebés (casi siete veces España).

A muchos niños y sobretodo, niñas no los censan por las multas que acompañan la infracción de dicha Ley. Sin embargo, también hay incentivos positivos. El gobierno ha llegado a ‘garantizar’ pensiones en algunos lugares, aunque poca gente ha confiado en esto. Las campañas de anticonceptivos han sido y son abrumadoras (el 87% de mujeres casadas fecundas utilizan preservativos, frente a un 33% que es la media de las “mismas” mujeres en países en desarrollo).

Pero, si este método no diera resultado… ¿se obliga a abortar? Hay historias horrorosas, sobretodo en cuanto al infanticidio de niñas, pero actualmente, de entre las mujeres chinas casadas, el 25% ha sufrido uno o más abortos. ¿Es el gobierno el culpable de tal cifra o el hecho de que el aborto sea forzado por alguien es un mito? Por respeto a los escasos posibles casos en que se obligue a esta medida yo respondería con decir que en Estados Unidos, el 42% de las mujeres casadas ha sufrido uno o más abortos (dejando de lado temas culturales).

Por cierto, hablando de temas culturales, la edad permitida legalmente para contraer matrimonio es de 22 años para las mujeres y 24 años para los hombres. De este modo, se demora considerablemente la concepción de niños. Además, si se tiene más de un hijo debe ser con al menos cinco años de diferencia con el primero (aunque poca gente sigue esta norma).

Prometo no pisar ningún perro más, pues ya veis lo que desencadena.

¿charcos de qué?

Guìyáng, Guìzhōu 13.11.05


Seis y media de la mañana.

Indecisa luz amenaza con despertar a la ciudad de sus dulces sueños.

Siluetas negras que sobre sus llagados hombros cargan pesos a ambos extremos de un mismo palo. Se tambalean.

Al mismo ritmo, las desplumadas escobas de las docenas de basureros se balancean sobre un embaldosado y sucio suelo.

Suelo sobre el que duermen cientos de adultos que guarecen sus cabezas en las canastas de paja que, hasta hace poco, peinaban los arrozales.

En medio de la interminable hilera de cuerpos castigados: un mercado. Las únicas luces prendidas en la ciudad recaen sobre lechugas, gallinas, más verduras, carne. Todo reposa sobre el suelo mientras los vendedores charlan junto a sus trotadas motos rojas y sus caballos ajados a causa del agotamiento.

Pero es una ilusión pues nada más cruzar la calle se topa uno con más basureras de oficio que acarician el suelo sin limpiar. Reflejadas en un charco sucio. Reflejadas también en el anuncio de Max Factor que invade la fachada del edificio bajo el que barren. Y más vale que bajen la cabeza porque en nada a la estrella del anuncio se parecen.

Nunca se ha visto el occidental más observado y discriminado que a los ojos de las personas que le admiran. A los ojos de personas que, creyéndose faltos de esperanza, miran sólo el charco de cada día.

Pero tambaleo a tambaleo, su país intimida al mundo. Y todo esto sin pensar que lo que limpian son todo charcos de esperanza.

espejismo

Gāoyán, Guìzhōu 11.11.05


Sin duda es la primera vez que pienso: ¡Ojalá mi familia hablara mandarín!

Tanto Rosa Tu, una de mis mejores amigas y también compañera de habitación durante este viaje, como yo miramos como vuelan los cacahuetes que saltan y vuelven a caer en el wok. Éste reposa sobre un agujero lleno de ardientes brasas en el suelo de la única habitación de la casa de Yáng Pŭ Zhĕ y su madre. En realidad, esta es la mejor traducción de su nombre Miao a Mandarín, pero como el idioma de los Miao no tiene forma escrita, no consigo saber su nombre.

Calienta las húmedas y oscuras maderas que erigen su casa, aunque todo en vano pues a la mitad de su nido le falta techo. Los cacahuetes, el arroz que proviene de los campos talados escaladamente en las montañas que rodean el pueblo y los huevos de las gallinas que pululan por aquí constituyen la dieta diaria de todos los hogares de este poblado.

Una aldea elevada más alta que las nubes. Un pueblo invisible a los ojos de cualquier pasajero, a los ojos de cualquier gobierno. Un pueblo que parece no tener mundo, y un pueblo que es el mundo para sus habitantes. Lo que para nosotros se asemeja más a una cárcel donde somos los primeros intrusos les tiene a ellos perfectamente contentos. (Aunque la verdad es que ya me hubiera gustado a mí quedarme ahí una temporada antes que regresar a la capital.)

Todo el pueblo se apellida Yáng. Son todos de un clan y no es de extrañar, pues para llegar ahí uno tiene que escalar montañas al menos cuatro horas por lugares donde no hay caminos.

La madre, Yáng Pŭ Zhĕ, revuelve los cacahuetes y les echa manteca del padre del cerdo que ahora duerme a nuestro lado. El cerdo es toda una experiencia y, sinceramente, nos acabamos haciendo íntimos. Os cuento. A la derecha del cerdo tenemos el cubo de aguas menores y a su izquierda, el cubo de aguas mayores que luego sirve de abono. Cuando dormimos, oímos al cerdo y por la mañana oímos, y vemos, las matanzas de los hermanos de nuestro cerdo. ¡Por la noche están buenísimos!

Es muy extraño que el matadero sea la plaza del pueblo o el patio del colegio y que de este modo, todos puedan disfrutar del espectáculo. Esta aldea tiene un colegio donde los niños asisten hasta los catorce años para aprender algo más que los quehaceres agrícolas. Estudian por la mañana y por la tarde, ayudan a sus padres. Sin embargo, lo último no lo hubiera conseguido saber a no ser que me lo hubieran dicho adultos pues, mientras estamos en el pueblo, todo son fiestas y bailes al son del “lúshēng” – una flauta.

Tampoco creo que hubiera conseguido saber que los Miao tienen absolutamente prohibido que un hombre y una mujer estén en la misma habitación (aun estando casados) a no ser que algún amigo me hubiera hecho el favor de demostrármelo. La violación de esta norma aplasta la reputación y la dignidad de las personas que la infringen y la de sus parientes más cercanos. El mejor y más eficaz remedio entonces es sacrificar un perro y que un cura purifique la realmente hechizada habitación del pecado.

Pero en este clan los días pasaron rapidísimamente y todas las preguntas que me brotaban cuando estaba estirada en la cama con los ojos clavados en el techo cubierto con papeles de periódico del dormitorio quedaron incontestadas.

No averigüé quienes eran todas aquellas personas que venían de otras casas después de cenar y nos servían boles y boles de vino de arroz… Tampoco acabé de saber qué le había pasado al marido de Yáng Pŭ Zhĕ – ella tenía un rostro triste. Y no podía evitar preguntarme cómo sería yo de haber nacido ahí, porque en realidad lo único que realmente había definido cómo somos Yáng Pŭ Zhĕ y yo es dónde hemos nacido. Y no nos hacía mucha falta hablar el mismo idioma para llevarnos bien.

Los cacahuetes saltan, pero ahora no quiero deciros si era un desayuno, una comida o una cena porque en este pueblo no hay tiempo. Hay nubes, hay música y hay montañas que simultáneamente marcan nuestra despedida y la vida de una aldea que parece un espejismo. Las nubes con la distancia cubrirán la imagen de decenas de niños que nos tocan los tambores en sus trajes típicos negros bordados con flores y también la silueta de señoras que lloran porque nos vamos y les apena. La música de los tambores bailará con las montañas para que de vez en cuando nos llegue el murmullo de sus canciones. Nos alejamos. Los cacahuetes seguirán saltando. En esto queda todo.

De vuelta en Bĕijīng, cuando mi nuevo padre, Wáng Zhì Xìn, me pregunta dónde he estado de Guìzhōu le respondo con “Gāoyán”. No le he contestado, ¿verdad?

Wáng, China y yo: entre semáforos

Beijing, 02.11.05

Habiendo estado una semana y media enferma con un virus de estómago en casa sin poder: comer, levantarme más de dos minutos seguidos, y sobretodo, sin tener fuerzas, ganas ni paciencia para explicarme en chino… Habiendo estado así, en primer lugar, no os he escrito. En segundo lugar, he tenido más de una ocasión para ir al hospital.

No, tranquilos, no voy a uno de esos hospitales chinos poco fiables, donde las jeringas se reutilizan hasta la saciedad, sino que voy a una clínica para extranjeros y chinos privilegiados. Sí, la teoría del comunismo (así como muchas otras tendencias políticas, ¿no?) deja unos ecos que sirven en gran medida para controlar al pueblo, pero los líderes quedan exentos de sus “teorías por y para el pueblo”. Por ejemplo, en Bĕijīng, el gobierno enciende las calefacciones oficialmente el 15 de noviembre. Pero, mientras escribo, Jiang Zemin está calentito en su casa y en cambio, el señor que cada mañana trota en su caballo que arrastra un carro lleno de manzanas está ahora durmiendo en el puente delante de mi casa.

Pero sin más divagación, subo en un taxi, uno de los rojos. Estos son los más trotados de Bĕijīng (en cambio, los verdes son los nuevos que los substituyen para los Juegos Olímpicos del 2008). Me siento y con suerte, a la tercera vez él entiende adónde me dirijo contestándome con un “hăo”. Los taxis son, sin duda, la mejor clase de chino y sobretodo, uno de los mejores medios para entender la situación interna de la China actual. En la media hora que durará nuestra aventura -esquivando coches y camiones, subiéndonos en alguna que otra acera por si uno llegara a perder la paciencia y casi atropellando una docena de ciclistas- uno puede entender la mayor migración humana que se ha dado en la historia mundial.

Hezhi me solía decir que China no tiene futuro alguno porque sus conflictos sociales, políticos, económicos y religiosos internos tienen más peso que los beneficios que puedan resultar de los intercambios comerciales con otros países. Además, si ahora, en una sociedad atenuadamente subversiva, la población ya es consciente de estos problemas y de la debilidad del gobierno ante los mismos – por mucho que éste insista en que “están controlando la migración de las masas a las macro-urbes” o en que “las minorías étnicas están orgullosas de pertenecer a la Madre Patria”, entonces, ¿qué ocurrirá cuando la economía de mercado exija – si no lo está exigiendo ya – un cambio en la estructura social?

El gobierno no podrá sostener el sistema actual que en gran parte consiste en recaudar los beneficios de la inmensidad de empresas estatales así como de las firmas internacionales que dejan grandes márgenes en el país, y con este dinero, por ejemplo, financiar el tesoro de Estados Unidos, sin repartir ni un duro a sus trabajadores. Sí, estoy en la tierra de Mao. Y menos aun, le va a dejar el pueblo seguir conservando esta fortuna en dólares, entre muchas otras monedas, con la intención de evitar que el valor del RMB aumente. Así, actualmente, el dinero que ganan los trabajadores tiene poco valor y los precios se mantienen bajos, con lo cual el margen de beneficio es mayor, pues el coste laboral aquí es indignamente bajo.

Pero hasta que los trabajadores se atrevan a rebelarse – después de la represión Tian’anmen del 1989 o la de Xinjiang del 2002, cualquiera se atreve. Aun nos queda tiempo para hablar con Wáng.

Él y un par de amigos suyos – unos 150 millones de personas – empezaron a emigrar del campo chino a las grandes ciudades hace unos veinte años. Pasamos un semáforo en rojo y un guardia (un chico joven vestido en un uniforme) nos grita. Muchos de los uniformados y sobretodo, los que hacen de guardias de seguridad han venido del campo chino y han encontrado este trabajo. Pero Wáng y el guardia, dentro de su condición “oculta” de “waidiren” – o lo que es lo mismo, personas que no son de la ciudad, es decir, del campo – han obtenido una posición social perfectamente digna.

Pero para la amiga de Wáng, no es lo mismo. Esta señora que vivía en Anhui, una de las provincias más pobres de China, era profesora en su pueblo y por ello, gozaba de una consideración y un respeto envidiables. Ahí pasaba los días junto a su familia, su hija de 5 años y a pesar de que su sueldo era ínfimo, su vida, a nuestros ojos, tenía un curso normal. Ahora vive en Bĕijīng, haciendo canguros sin tener su “hukou” (el permiso de residencia, trabajo y todo lo que nos podamos imaginar para las ciudades). Es decir, ilegalmente, como otros 3 millones de personas.

Gana 2700 RMB más al año aquí que en Anhui (“sólo” 300 Euros). No tiene ningún familiar en la ciudad y, como sumo lujo, puede regresar a casa una vez al año. Aquí recibe algo menos que insultos y la gente –los de Bĕijīng – evita a los waidiren. ¿Sólo por 300 euros alguien con un pasado como el suyo se condenaría a un estatus denigrante, a renunciar a su familia, etcétera, etcétera, etcétera?

De los 150 millones de amigos de Wáng, la inmensa mayoría provienen de regiones del oeste y del sur de China, que son y han sido siempre agrarias. Este sector ha sido eternamente crucial en la historia de esta nación. Esto no sólo se debe al hecho de que un 6% de la tierra arable del mundo tenga que alimentar al 20% de las hambrientas barrigas del mundo, pues esto es en si todo un reto. Sino que también ha sido vital porque China, sobretodo entre los siglos XVI y XVIII, gozaba de unos niveles de vida en que todo el mundo, gracias a la autarquía de productos, tenía suficiente para comer. Así, China se durmió en los laureles y vinieron los ingleses a negociar con ellos y a pedir que abrieran puertos para comerciar. Pero China era el superpoder mundial (he ahí su nombre “Pais Central” Zhōng Guó), ¿para qué iba a negociar con esos ‘racialmente inferiores’? Sin embargo, pronto Inglaterra empezó a pagar con opio y toda la guerra – como sabéis, literalmente – acabó, entre muchísimas otras consecuencias, en la apertura de ciudades portuarias que fueron cedidas temporalmente a los ingleses. Ante esto, por supuesto, los chinos tenían que hacerles la competencia, así que no dudaron en establecer más ciudades comerciales en la misma costa levantina.
Aquí es adónde van los amigos de Wáng ahora. Donde hay la riqueza, donde vivo, el Bĕijīng, Shànghăi, Tianjin, Guanzhou, etc. que nada tiene que ver con Xizang (Tibet), Xinjiang, Ānhuī, Guìzhōu, etc.

En casa de los amigos de Wáng, la Revolución Cultural y los planes de modernización de 10 años comunistas apresuraron la imposición de técnicas de cultivo modernas. Los comunistas eran conscientes de que estas tecnologías exigirían puestos de trabajo para absorber la colosal masa de personas que perderían su empleo, pues su mano de obra ya no sería necesaria. No sólo estos dos factores han causado la relativamente reciente y masiva pérdida de empleo entre los agricultores.

Asimismo, desde 1982, Deng Xiaoping dando lugar al plan de “Reforma y Apertura” concedió a los agricultores (por vez primera en la historia del país) comprar la tierra que iban a labrar. Las comunas centenarias desaparecieron y con ellas la escasa motivación que invadía el espíritu de los labradores, pues ellos nunca recibían nada de lo que cultivaban. La eficacia, el interés personal y la iniciativa privada han incitado a que los agricultores necesiten menos mano de obra.

En consecuencia, el gobierno que esperaba que todos estos empleos restantes quedaran absorbidos por otras tareas que tienen lugar en las zonas rurales (fabricación de ladrillos, cuchillos o herramientas para arar, etc.) se quedó unas cuantas decenas de millones de personas cortos. En conclusión, les salió el tiro por la culata. El estado siempre promovió la investigación en tecnología en un auténtico esfuerzo por mejorar la situación de los campesinos. Sin embargo, esto sólo ha hecho que agrandar la diferencia socioeconómica entre ciudad y campo y además, hace imposible la absorción de 150 millones de personas en 20 años en cuatro ciudades contadas. Una urbanización tan rápida es imposible, y para esto existen los “hukou” que segregan el campo de la ciudad.

(El Partido Comunista promovió la investigación científica pero, paradójicamente, atacó los valores Confucianos del trabajador dedicado y perseverante, con siempre más ganas de aprender, pues decían que de la educación era de aquellos que pertenecían a la élite – a aquellos que sometían al pueblo – al proletariado. Pero luego, las fuerzas comunistas fueron buenas y han conseguido que 73% del país no sea analfabeto, el récord histórico alcanzado ya que construyeron muchas escuelas y nos simplificaron los caracteres).

Hasta el 2010 se prevé que 300 millones de personas más se muden del campo a la ciudad (para entonces, ¡yo ya no cabré aquí!). Qué van a hacer, me pregunto, pero desde luego esta migración masiva es la que alimenta el progreso a un ritmo imparable de China y sobretodo, lo que provoca que este país cuente con una gran ventaja sobre los demás. Los amigos de Wáng que han venido y vienen son los responsables de que los costes laborales se mantengan bajísimos, pues el “recurso humano” (pues aquí, derechos no tienen los trabajadores y menos aun condiciones laborales dignas) es infinito. Cabe prestar atención a que a pesar de que en los últimos 20 años, casi cuatro veces la población de España se ha mudado a las ciudades, ¡el 64% de la población China aun reside en el campo!

Wáng frena bruscamente en el siguiente semáforo. Pago, gracias (por todo) y al bajar entiendo un poco más del campo chino. A partir del domingo, pasaré ahí dos semanas. En definitiva, todo lo que vivo se trata de personas.

otra ciudad con el mismo nombre

Beijing 04.10.05


Ahora que mis padres me vienen a ver, me instalo con ellos en un hotel y hago un paréntesis en la enriquecedora aunque, sin duda, incómoda experiencia que vivo. Comida, higiene, costumbres – ahora, por fin, estoy como en casa. Me encanta pensar que voy a presentar a mis padres un país y una ciudad entera y que les voy a traducir durante estos días. Acaso, ¿no soy yo la primera que necesito un intérprete en todos los sentidos?

Pero en estas vacaciones, durante las cuales, en teoría, mi chino iba a estancarse y todo iba a ser un paréntesis, todo ha sido descubrir. He conocido Bĕijīng. No Bĕijīng, mi Bĕijīng, sino una ciudad completamente distinta que sólo perciben aquellos que están de paso, aquella urbe colosal que se transmite al resto mundo. Y sinceramente, es realmente cautivadora.

Es una capital milenaria en la que, mires por donde mires, todo son recuerdos de historia imperial, budismo y taoísmo, y el resto, aquello que no son evocaciones de toda esta herencia, es, precisamente, la estela de un período de comunismo que ha intentado eclipsar lo anterior. Es una mezcla perfecta y desafiante para cualquiera. Actualmente, Bĕijīng se muestra, a los ojos del visitante, como la imagen del capitalismo más feroz.

Los edificios de Bĕijīng son invencibles, sólidos y de calidad. Las calles están limpias. La gente no escupe. Y a su vez, se respira un ambiente de respeto ligado a un espeso sabor exótico.

Aunque a mí, mi ciudad ya me gusta… ¡qué mérito tiene saber venderse así de bien!

Y reposando en esto, pienso si verdaderamente ésta es la fachada que China vende al mundo (quizás también la que el gobierno vende a sus ciudadanos). Sobretodo en el aspecto económico, veamos.

En general, Occidente, y especialmente Estados Unidos, hemos abierto nuestras cortinas de puntillas hace poco y nos hemos encontrado delante de nuestra ventana un rascacielos de dimensiones “inauditas” erigido en medio de nuestro patio (a pesar de que en el siglo XVIII China ya tenía una población de cientos de millones, por ejemplo). Da un poco de miedo, la verdad, y ¡encima! nos ha quitado las vistas.

Así que, mientras nosotros decidimos qué posición tomar, China nos contestó hace dos años con Zheng He. Este marinero chino y musulmán de la época de Colón, que lideraba una flota de 28000 tripulantes con barcos de un tamaño 30 veces superior al de La Pinta, navegaba a menudo hacia África meridional para comerciar. En los pueblos que los albergaban, estas tropas eran de forma cuantificada una invasión pero, en realidad, los chinos siempre han tenido un enfoque poco imperialista, más allá de Asia. De este modo, China responde a nuestros miedos diciéndonos “venimos en son de Paz”.

Al igual que en épocas de Zheng He, mientras China amistosamente navegaba por África también desfilaban sus miles de soldados por el Tíbet y por el Sur menos amistosamente; hoy en día, quizás las relaciones con el oeste son pacíficas a pesar de que, por lo contrario, a penas hace un año, China aprobó la Ley de Sucesión. En ésta, se declara que Taiwán será atacado por China (que cuenta con en mayor ejército del mundo en cuanto a número de soldados) en el mismo momento en qué se declare independiente de la “madre patria”. Así que una vez más, mezclas sorprendentes y mensajes contradictorios.

Sinceramente, no me compadezco en absoluto de los taiwaneses tampoco ya que desde su lado del estrecho están armados hasta los dientes de munición americana y por otra parte, su economía es de las más prósperas del mundo. Sencillamente, me parece interesante la dualidad de la moral de la sino-política. Además, Taiwán vive como un rey: con sus tradiciones más que asentadas, sus caracteres tradicionales, sus impuestos, sus leyes, un régimen menos opresivo y con una población crítica ya que miles de intelectuales Chinos emigraron a esta isla durante el apogeo de la violencia del totalitarismo comunista. Taiwán vive “emancipado” pero consta en los mapas de China como la vigésimo tercera provincia.

Pero a Taiwán, al igual que a muchos otros países asiáticos, se le ha acabado el chollo ya que detrás de él amanece una potencia que todo lo quiere y todo lo da. Mientras antes, algún estado podía considerar favorecer a Taiwán, armamentistamente por ejemplo, con el fin de que se opusiera a China, dudo que fueran capaces de hacerlo, hoy en día. Ya nadie duda de la trascendencia de tener a este gigante de su lado.

Sin embargo, muchos discuten que, por mucho que parezca que la alianza con este país sea fundamental y positiva (un ejemplo: Walmart, la mayor empresa a nivel mundial, tiene 80% de sus proveedores en China y, a simple vista, le va bastante bien), resulta que los chinos están robando puestos de trabajo a las clases medias de Occidente (nos han quitado las vistas). ¡Será cruel este país comunista!

Y nosotros somos los que hemos sembrado el libre mercado.

En conclusión, en China emerge de entre la polarización social, una capa medianamente acomodada, trabajadora y ambiciosa. Mientras este estrato se asienta rápidamente y se dispone a realizar trabajos de superior especialización, nacen brotes de mano de obra que inician este proceso. El hecho de que la población sea de, al menos, 1500 millones de personas asegura que esta fuente sea un recurso casi infinito.

Hezhi e Yi Yutong

Beijing, 22.09.05

Estos son los nombres de los dos personajillos entrañables con los que convivo ahora. Personajes por mil motivos (y los que aun me tienen que sorprender) e –illos porque no pasan del metro y medio. Pero todo lo que tienen de pequeñitas lo tienen de buenas y hospitalarias.

A mí lo que más me sigue intrigando es la incertidumbre que supone hablar con ellas, todo es un quizás. Me acuerdo de que cuando me vino a buscar Yi Yutong por primera vez a la organización, en sus gafas y su eterno uniforme –pues no hay para más ropa–, le pregunté si iba al mismo instituto al que empezaría a asistir yo. Respuesta: quizás. En ese momento me quedé descolocada, sin saber ni siquiera qué expresión tenía mi cara porque, desde luego, la confusión me empezó a invadir. Y de ahí en adelante, el desconcierto aumentó, durante la primera semana, exponencialmente.

Llegamos a casa, un edificio prototipo de Bĕijīng. Consta de quince plantas y no destaca entre los demás, ni por su limpieza ni por su estatura, pero contrasta bruscamente con los “hútòngs”, o chozas típicas, que lo rodean. En su día, no hace mucho tiempo, debía ser un edificio blanco y las descaradas cajas del aire acondicionado no debían estar oxidadas y torcidas. Pero Bĕijīng es así, construir, no mantener, y todo está, al menos en mi barrio, sucio y con su olor, o mejor, hedor más que característico.

Los primeros días, fueron duros, pero la familia establece una rutina que te mantiene ocupada, el idioma te desborda, y al final del día te estiras en la cama intentando recapacitar pero sin darte cuenta ya te has levantado a la mañana siguiente con la tenue luz de un sol oculto y misterioso a causa de la polución. De hecho, miras por la ventana y el edificio de enfrente queda borroso, incluso después de ponerse uno las gafas.

Son las seis y media. Bĕijīng está más despierto que nunca. La música repetitiva del colegio de primaria delante del que vivo suena sin cesar, alta y vigorosa. Aquí todo son ritmos. Todo el ritmo está establecido. Inesperadamente, se oye un “¡Ooorien!” e inmediatamente después, cientos de satisfechas pisadas al unísono. Miro por la ventana y son los tres cientos alumnos de primaria marchando con una veintena de banderas chinas. Todos en sus uniformes azules y blancos (iguales que el mío), sus “pins” del partido comunista en su pecho izquierdo y un pañuelo rojo perfectamente atado alrededor del cuello. Los brazos rectos a los lados, los pies al frente y la barbilla orgullosa de izar su bandera. Es un colegio estatal y de aquí salen los niños que luego van a mi instituto. El mini-sargento que los dirige va gritando en lo que es, para ellos, la rutina matutina de su “clase de educación física” (se parece más a la militar, a mi juicio).

Pero yo sigo a mi ritmo, me preparo mentalmente y con humor para lidiar un nuevo día, y abrirme un huequecito en un lugar donde, más que nunca, no sé nada.

Hezhi e Yi Yutong, los primeros días – ahora ya no lo hacen, la verdad–, me preparaban leche con calabaza, pasta de galleta frita y los restos de la noche anterior. Los chinos comen un montón.

Algunos detalles, Yi Yutong me ha cedido su propia habitación, su cama y su taza para que yo me sienta en casa. Ella ahora vive en lo que es la habitación multiuso. Duerme encima de dos colchonetas en el suelo y bebe de la misma taza que mi madre, Hezhi. Pero cualquier intento de devolverla a su sitio resulta fallido y si insisto mucho se ofende, con razón supongo, después del esfuerzo que está haciendo.

Otro detalle. En un principio pensaba que tenía padre chino pero como no apareció en días y no se hablaba nunca de él, pensé en preguntar, porque sabía que este señor existir, existe. La primera vez, recogí otro de los muchos “quizás”, quizás volvía, quizás estaba de viaje de negocios, quizás. La segunda vez, después de mi pregunta empezamos a hablar de lo buenas que estaban las empanadas. Total que un día de la primera semana, Yi Yutong me vino totalmente seria, tanto que parecía que estuviera furiosa. Me dijo que tenía que hablar conmigo pero en realidad, optó por dejarme una nota en una libreta. En resumen, me contaba que sus padres hacía cuatro años que se habían separado pero que como esto aquí es una deshonra social y motivo de burla no me habían querido decir nada ni a mí ni a la organización. Sin embargo, me consideraba realmente como una hermana (¿ya? Pero si no nos conocemos… – pensaba yo) y por ello, me lo contaba en secreto. A día de hoy, y llevo un mes viviendo con ellas, el tema del padre no lo he vuelto a sacar, por supuesto, pero es que Hezhi tampoco sabe que sé que están separados. Otro detalle. Es la primera, y hasta el momento, última vez que he visto a Yi Yutong expresar algún sentimiento más allá de las palabras – los chinos, se ve que en general son así, en particular la generación que sube.

Sube sola e independiente, prevista de nuevos “valores” (o falta de valores) impuestos en ellos como una losa que ven que el resto del mundo, el oeste, ha seguido, y se sienten obligados a imitarlos. Realmente, ¿es lo que queréis?

Sube una generación de inteligentes por tradición pues ahora descubro que históricamente, en China, aquellos que pasaban a ser maestros superaban tantas y tan duras pruebas que no puede ni compararse a cualquier occidental que se considerara siglos atrás un “maestro” por hacer una obra de arte. Aquí el estudio es exhaustivo y tenaz – sin ánimo de desprestigiar lo nuestro.

Son inteligentes, pero no sé hasta que punto críticos ni con el gobierno ni con lo que les rodea pues, como comentaba, aquí ha habido demasiados años de tergiversación de los hechos y por mucho que ahora todo empiece a esclarecerse, el molde está hecho y las memorias escuecen.

Los padres no han vivido en el mismo mundo que sus hijos y por eso, no entienden sus preocupaciones. No coinciden en nada y el resultado es un frustre inevitable en la comunicación entre ambas generaciones. Los hijos, muchos, como Yi Yutong, tristes siempre y dedicándose a los estudios para optar a una vida mejor. Yi Yutong por ejemplo quiere irse a Estados Unidos, pero éste es un caso de miles. Paralelamente, los chicos del campo emigran a las ciudades, cosa que considero un cambio mucho más violento. Los padres, muchos, como Hezhi, hartos de trabajar por sus hijos y ver que toman un camino imprevisible y desviado, quieren que se busquen la vida de una vez y que los dejen en paz. En mi instituto, casos de éstos a docenas (Tāo, Xiăo Lŏng, etc.).

Ahora en casa yo funciono de peón intermediario. Yi Yutong me viene contando sus cosas, que se traduce, en definitiva, a toda esta presión. Hezhi me explica sin ningún reparo que su hija le da igual y que los niños chinos de hoy en día le caen mal porque son tristes y no quieren a sus padres.

Xiăo Lŏng, un chico de dieciséis años del instituto, el otro día me explicó que su “novia” de hace tres años le acaba de decir que si saca una de las cincuenta mejores notas del curso (son 640 coquitos por curso) en un examen, le dejará poner el brazo alrededor de sus hombros. Pensaba que me tomaba el pelo pero se ve que se pasa el día estudiando a ver si cae algo. Pues, aunque la disparidad con nuestros conceptos de relaciones entre chicos y chicas aquí es exagerada, aun así padres e hijos no se entienden. Me imagino como debía ser la generación de los padres… pero bien pensado China ha tenido el feudalismo más largo de la historia. En las mentes ha debido dejar huella.

Las chicas pasean de la mano y se dan todas las caricias del mundo, incluso las de veinte y muchos. Los chicos van por su lado. Un ejemplo más concreto. El otro día nos contó Li Laoshi, mi profesora de chino, que entre personas, a no ser que se trate de una relación muy cercana, se debe llamar a alguien por apellido y nombre. Prosiguió, diciéndonos que entre amigas se podían llamar por el nombre, pero que incluso entre marido y mujer se llamaban por apellido y nombre – y esta relación ¿no es suficientemente personal?

En definitiva, que por mucho que a los “wáiguórén” (extranjeros) su forma de vida nos parezca de lo más protegida, para ellos esto es un cambio moral y social repentino del que los adultos opinan y por el que mi generación camina sin escuchar ni ver la dirección que toma. Sólo me alegro de que mis amigos americanos y yo tengamos el privilegio de poder ser un tubo de escape para ellos y así entender mejor los cambios que sufre nuestro nuevo país. Todo esto a un ritmo, una vez más, vertiginoso.

demasiadas sensaciones

Beijing, 14.09.05

La verdad es que sólo con aterrizar en Bĕijīng te olvidas de todo lo que imaginabas y presuponías de esta cultura porque es tan drásticamente nueva que requiere tu indivisible atención y aun cuando te entregas por completo, no alcanzas todo lo que te rodea. Así que no sé muy bien cómo contestar a todas aquellas preguntas que me podía plantear yo misma antes de venir ya que no sé cuáles eran (y éstas seguramente son algunas de las vuestras ahora desde España.) Sin embargo, intentaré contaros mi vida aquí y así haceros entender de la mejor manera posible todo lo que estoy absorbiendo día a día, sin poder acabar de atar cabos mientras surgen otros nuevos. No hay prisa pues esto es, en mi precoz opinión, una tierra compleja y de mezclas.

En parte, ‘no hay prisa’ es precisamente lo que hay aquí. El idioma es una canción y aunque parece que hablen rapidísimamente, lo que ocurre es que repiten sus frases mil veces, tantas que se hace imposible de entender hasta lo poco que sabes. Igualmente, en la tiendas, en las calles, en la gente cuando anda no hay prisa. No hay el barullo caótico de cualquier ciudad occidental donde un lugar en la acera es un premio. Aquí todo parece tener un orden y cada uno disfrutar de su lugar.

Vas por la calle y todo, todo es completamente nuevo. Empezaré por una mañana cualquiera.

Bien temprano por las mañanas, a las seis mas o menos, los parques están repletos de gente mayor haciendo “ejercicio” al ritmo de canciones típicas chinas, que son muy relajantes. Son hombres y mujeres. Ninguno baja de los 70 años. Su deporte consiste en mover los brazos y darse golpes por todo el cuerpo. Sigues andando por uno de los muchos parques de Bĕijīng, donde los árboles, la hierba y todo tiene un tono grisáceo y no defines la silueta a causa de la contaminación. Distingues decenas de hombres, también mayores, con jaulas cubiertas por una tela. Luego, tras descubrirlas, las cuelgan en los árboles para que sus pájaros estén en contacto con la ‘naturaleza’ mientras ellos hablan. Ellos hablan pero, al igual que muchas de las relaciones aquí, no son amigos. Pueden encontrarse cada día pero son meros conocidos. Comento como es la gente porque sólo la edad ya delata que aquí la diferencia entre las generaciones anteriores y la mía es abismal.

Mientras los ancianos siguen con sus costumbres, los adultos se dejan la piel en el trabajo (que ya va con la tradición china), pero en cambio, los adolescentes, a pesar de ser grandes trabajadores, ya no creen en las costumbres, en el Confucianismo, en la familia, en todo lo que les ha llevado a ser una civilización única. Para mí, ahora que estoy aquí, la mayor “preocupación” en cuanto a este país es que deje perder su identidad por aspirar a modernizarse. Así ha sido en los últimos 70 años, pero ahora que vemos que Hong Kong, Singapur, Taiwan y demás son países increíblemente prósperos y a su vez, tradicionales, ¿por qué no puede seguir con su civilización China?

A lo largo de estos diarios espero iros contando todo lo que nos tiene que aportar esta sociedad y manera de proceder, y sino al menos explicaros las ventajas y las desventajas de sus valores.

Actualmente, el Confucianismo está rechazado por la mayoría de la gente. Parece que todo el mundo niegue que gran parte de los valores y de la manera que tienen de hacer las cosas se deban a ello, pero en realidad, uno que proviene de una cultura opuesta, identifica su actitud con su tradición. ¿Que cuáles son estos valores? No es broma que “un trabajo de chinos” se aplique sólo a aquellos que han emigrado y han tenido que empezar de cero en otra sociedad, en otro país. Aquí la gente dedica una cantidad de tiempo, un esfuerzo y una perseverancia (sobretodo la tenacidad) nunca vista en Europa. Supera cualquier modelo y lo increíble es que es algo innato en ellos. Por ejemplo, cada dos tiendas hay una peluquería. ¿Para qué quieren tantas? Además, sinceramente, todos tienen el mismo pelo. Pues, parece ser que el trabajo que depositan en cada cliente y el tiempo que le dedican es tal que no dan abasto (a parte de que hay 15 millones de habitantes, además de los innumerables inmigrantes del campo chino).

Aparte de ser grandes trabajadores, son gente que le dan un valor intrínseco a la familia. Una vez más, el gobierno ha impuesto una ley que intenta disuadir el peso que la tradición tiene en esta sociedad. Hasta hace medio siglo el individuo era en relación a sus conexiones, a su familia básicamente, y su acción estaba destinada a beneficiar principalmente a la comunidad, no a lo personal. Un ejemplo simple es el hecho de que los apellidos precedan a los nombres, de que los nombres de los países precedan a los de las ciudades, etc., etc. Ahora, al estar limitado a tener un hijo, las familias se han hecho mucho más nucleares y desatienden a los abuelos y los ancestros. Con la aplicación del Confucianismo, la sociedad tenía un respeto y una consideración única por los ancianos, pero ahora sólo son personas que viven su aislada vida sin contar con la admiración de sus jóvenes.

¿Por qué la gente se avergüenza de su legado cultural?

Sin embargo, partes negativas, la tradición china tendía a menospreciar el papel de la mujer. Con la llegada de los comunistas al poder, la mujer se ha visto mucho más ensalzada a pesar de las ínfimas condiciones de trabajo de que ha gozado y de la costumbre patriarcal de esta sociedad. No es difícil advertir que por la mañana hay tanto mujeres como hombres en la calle, sin embargo, por la noche, todo son hombres y la mujer está en evidente desventaja si sale. Suelen pasear siempre acompañadas por hombres, las niñas, por supuesto, no quieren ni probar. De todos modos, a mí lo que más me impactó fue que cuando fui a la Gran Muralla, las personas que te perseguían para venderte postales y recuerdos de arriba y a abajo de la muralla eran todo señoras de campo de al menos 75 años. Ninguno era hombre, ni nadie era joven. Adivinad dónde está la juventud… pero, ¿y los hombres?

Así que el partido comunista supongo que ha revolucionado el papel de la mujer al igual que ha llevado a cabo otras muchas reformas positivas. Estas son tales como: la simplificación de los caracteres para alcanzar alfabetizar a la mayoría del país, la escolarización del campo chino, mejoría de condiciones de vida. Pero todo esto a coste de que…

Lo fuerte es que aquí la amnesia de los últimos 70 años está presente en la mente de todo el mundo. Nadie quiere hablar de la “Liberación”, ni de la Revolución Cultural, ni del Great Leap Forward… y menos aun, de Tian’anmen. Además, y por eso vaya pedazo de líder debía ser Mao, aquí no se le culpa por todos los desastres sino que se cree que, a pesar de que cometió un par de errores, la determinación de modernizarse pese a lo que fuere la tomó el pueblo, no sólo el líder. Por ello, e igualmente, dado el hecho de que la manipulación de las noticias es, incluso hoy en día, algo digno de experimentar, la gente cree que Mao era 70% bueno y 30% no tan bueno.

A pesar de esta pretensión de omitir un período catastrófico, sí reconocen puntualmente que hasta hace sólo diez años, no tener una foto de Mao en un lugar reconocido de casa podía ser motivo de detención y castigo. No bastaba con arrinconarla debajo de un libro en la mesa de noche. También saben, ahora, que las noticias de S.A.R.S en China de hace escasamente dos años no se divulgaban de forma real. En un hospital cualquiera de Bĕijīng había más casos de S.A.R.S de los que se declaraban en todo el país. Así que… la gente va abriendo los ojos a mayor flujo de información, al oeste, y para el gobierno todo esto supone, sin duda, un desafío a su poder.

Pero ahora ya termino, y espero en la próxima vez poder centrarme en algunos temas en vez de bailar de uno en otro. Pero al principio esto es chocar con un muro y es donde saltan las chispas más espontáneas. Pronto os mandaré más noticias, y más experiencias particulares.

viernes, 22 de agosto de 2008

Fuxing Gongyuanr - El Parque de Fuxing

Shanghai, 18.08.08


Si te posas sobre mí, te lo voy a contar, pues conozco bien este lugar.


Permíteme que te acompañe por donde quieras andar: donde ya no huelas el verde de mis hojas, donde cientos de abanicos sean un mar de mariposas.


Escoge entre un parque solitario, los laberintos del taiji o las enramadas parejas de baile que forman una red a nuestro paso. Intentaré que olvides, al son de las cigarras, aquellos hurones rascacielos que curiosean entre los árboles.


Pero agárrame con fuerza, porque el denso, blanco humo de los hombres que observan la centena de parejas mientras bailan; los jugadores de cartas que brotan como setas rodeados de amigos que parecen agentes del juego; los niños que pedalean en los lagos y enfurecen a los peces; el pescador solitario y fracasado… todo ello te distraerá.


Escucha como el cantar de los pájaros es la música que proviene de una orquestra improvisada. Con su director entregado y sus partituras escritas a pulso. Sus dos acordeones, su violín y sus voces. Pero vigila que no te quite el pulso toda esta experiencia y sigue el ritmo de las maracas, del taiji, del equilibrio, pues Fuxing no siempre fue así.


Recuerdo florecer entre las manos de la familia Gu, adinerada como pocos Shanghaieses. Dóciles teces amarillentas como la tierra que me alimenta destronadas inminentemente por la invasión colonial. Whampoa convirtió el paraíso de los Gu en el alma de las armas galas; un “oasis” de guerra y amenaza entre el idílico barrio de la Concesión Francesa. Sin embargo, fueron ellos quienes, más adelante, diseñaron este lugar, quienes delinearon las flores y entrelazaron mis ramas para que los bailarines disfrutaran de mi sombra.


Pero poco se demoraron los japoneses quienes tomaron mis raíces, bajo Shimonoseki, y consiguieron que durante un largo período tiempo echara en falta la música y los niños del parque. Entre tanto, gris y solitario, observé como se erigía una estatua de dos cabezas, según cuentan, Marx y Engels.


Los fríos días pasaron y la soledad se disipó, para devolver a este lugar la vida que le caracteriza cada domingo.Regresaron las concentradas parejas de baile, vestidas de gala para la ocasión, acompañados por los maraqueros amateurs y las panderetas caseras. Regresó la orquestra, más enérgica de lo que podía vagamente recordarla. Volvieron los rojos, furiosos diábolos entre sus cuerdas y sus fugaces vuelos en el aire. Aquí siguen las mariposas entre las manos de los hombres, las húmedas toallas en sus cabezas, sus nietos en los lagos y sus caras de felicidad.


Pero Fuxing no siempre fue así y esto es lo que debes recordar.

viernes, 8 de agosto de 2008

el mandarín

Shanghai, 06.08.08

“Cuando el pueblo es tan numeroso, ¿qué puede hacerse por su bien? Hacerlo rico y feliz. Y cuando sea rico ¿qué más puede hacerse por él? Educarlo” Confucio

El otro día me reía con Wang Yan, mi profesora de mandarín, del hecho de que su abuela no hablara mandarín aun siendo china. Yo le comentaba que tenía que conocer a su abuela porque tanto ella como yo nos encontramos en la misma situación: estamos en China y no hablamos chino (yo, al menos, no todo lo bien que querría; su abuela ni siquiera eso). Pero a parte de esta anecdótica coincidencia, nadie diría que Wang Peng, la abuela de Wang Yan, y yo tenemos nada más en común. El día que nos conocimos…


En un callejón oscuro con sabor a mil especias, nos sentamos Wang Peng y yo mientras nos miramos bajo la tenue luz que brota de las brasas de los hombres de Xinjiang – morenos, de ojos casi redondos, facciones similares a las mías y musulmanes. Gritan y gritan, mientras el jefe del local donde nos sentamos nos sirve los “xiaolongbao” más típicos de Shanghai. Nos llegan en una jaula de bambú y mientras los abrimos se escapa el aroma de la carne. Ella y yo no nos expresamos con palabras pero esa cándida sonrisa que arruga cada uno de los rincones de su ajada piel, me dice que los “xiaolongbao” van a estar muy buenos.

Cada una de las ochenta arrugas de Wang Peng narra un año en la vida de este país, así que ella misma conforma la personificación de la historia más reciente – al igual que sus contemporáneos.

Wang Peng habla Shanghaihua, es decir, el dialecto de Shanghai, y yo hablo Mandarín, el idioma oficial del país.

Si bien la historia de esta cultura (que no país) y de estos dialectos se remonta siglos atrás, la trayectoria del Mandarín propiamente dicho es ciertamente reciente.

Antiguamente, hasta el siglo XIV d.C, cuando China era el conjunto de tribus y etnias sin delimitación definida, no existía un idioma oficial. Los dialectos regionales eran el idioma vehicular de cada etnia y, en el momento en que una tribu pasaba a dominar las demás, su lengua se convertía en la influyente. Pero como bien saben los suscriptores de mi diario de China de hace tres años, las tribus dominantes se alternaban en el poder haciendo de China el “país” con el feudalismo más largo de la historia. La historia de China es la historia de la fuerza, del dominio – a mi modo de ver, claro.

Así pues, en ese entonces, los dialectos regionales eran los utilizados verbalmente aunque existía lo que Confucio llamaba el “yayan”, o lenguaje refinado. Incluso en el seno de la élite de la sociedad china que empleaba el “yayan” se le daba distinta pronunciación a los mismos caracteres. De ahí, que el factor de unión de los dialectos de China (y del “yayan”) fuera y sea la escritura.

Más adelante, desde el s.XIV hasta que se consagrara la República China en 1912 con la expulsión y aniquilación del Dinastía Qing, China seguía siendo el conjunto de dialectos aunque en el Gobierno se utilizaba el “guoyu”, que no era más que el dialecto de la ciudad que fuera capital en ese momento. Así pues, durante siglos, el dialecto de Nanjing fue el dominante en las relaciones políticas y luego lo fue el de Beijing. Sin embargo, parad a imaginar, la inmensa dificultad de regir un país de tal envergadura sin un idioma común y sin capacidad de comunicación entre los puertos, entre mercados.

Con el objeto de unir el país y de crear y establecer una lengua común, el Kuomingtang intentó integrar elementos de los distintos dialectos en el dialecto de Beijing (que en ese momento era el dominante). Comprensiblemente, esto resultó ser un absoluto fracaso, además de una pérdida de tiempo en los tiernos momentos de coyuntura política del país.

En China, siempre ha funcionado – tristemente – la mano de hierro y, en 1955, con el establecimiento de la República Popular, los líderes comunistas creyeron inminente la necesidad de crear e imponer un idioma común para unir al país. Esta misma lengua, el denominado Mandarín o Putonghua (lenguaje común) es, paradójicamente, el que ahora nos separa a Wang Peng, a los hombres de las brasas de Xinjiang y a mí en nuestro esporádico encuentro.

El Mandarín moderno germina del dialecto de Beijing – una vez más, la capital – denominado “hanyu”. El Hanyu es el idioma de la etnia Han, o bien, la etnia dominante en todo el país. Tras sufrir una profunda remodelación y simplificación de los caracteres, el Hanyu se ha convertido en el idioma oficial de esta nación – y a su vez, en un sucedáneo desnaturalizado de los caracteres tradicionales y ancestrales. Es un instrumento de comprensión, de gobierno y de patriotismo. Pero lo más importante es que la codificación del Hanyu consiste en su transcripción fonética al “pinyin” mediante grafismos de alfabeto latino.

Por un lado, la simplificación de los caracteres ha permitido que el analfabetismo en China disminuyera desde un elevadísimo 80% antes de 1955 a un 8,72% en el año 2008 – según cifras oficiales.

Por otro lado, el pinyin ha contribuido a la expansión masiva de este idioma tanto entre personas nativas como extranjeras. Previamente a la Revolución, gran parte de los extranjeros y la totalidad de los analfabetos nativos podían expresarse oralmente no pudiendo así hacerlo de forma escrita, dada la falta de una codificiación que permitiera aprender.

A pesar de que la situación ha mejorado sustancialmente, el camino no está labrado y, a la vez que China se unifica y se abre las puertas saludando al mundo con su “nihao”, la trastienda de la historia da portazo a sus dialectos y la infinidad de surtidas culturas que ellos nutren. Wang Peng y yo, nos seguimos mirando sin poder comunicarnos bajo el vapor aromático del bambú a sabiendas de que su generación y su sonrisa son el último aliento de la China de las etnias.

[Nota: permitid que os recuerde que aun queda gran camino por trabajar ya que este inmenso país ha sufrido un indecente aumento del analfabetismo desde el comienzo del milenio. Desde el año 2000, la proporción de adultos chinos analfabetos ha aumentado en un 33%, del cual el 90% habita en zonas rurales, el 50% en la parte occidental del país y el 70% son mujeres. 200 condados carecen aun de red de educación primaria; el trabajo agrario y doméstico sigue constituyendo el gran motivo de ausentismo escolar entre la juventud. Mientras, Gao XueGui califica este problema de “preocupante”.]

los primeros quince minutos

Shanghai 26.07.08


Sin más, latigazo de calor que despeja a todo aquél que se guarece en el frío artificial para aventurarse en la jungla urbana. Incontables, desordenados y ruidosos coches, taxis, camiones, autobuses, carros con campanas, bicis, motocicletas.


Caos.


El arcén, imperio de motocicletas eléctricas, silenciosas y amenazadoras, no menos que la infinidad de taxis que circula estampando de multicolor las grises calles de esta revuelta urbe. La acera, un mar de satinados paraguas que guarecen teces de porcelana de las mujeres, sólo revelan escuálidas piernas, esquivan la multitud de mutilados que mendigan sobre patinetes y las vendedoras de fruto de loto tostadas por el sol con sus caras del color del óxido de sus viejos carros.


Metro subterráneo, paso elevado de peatones, tren todavía más alzado y, en medio del valle de rascacielos, sin temor alguno, guardias urbanos simulan controlar la situación. Otros “asistentes de tráfico” se evaden sentados a la sombra de los tenderos devorando los snacks más autóctonos. Cocinas ambulantes perfuman la manzana de un hedor para todos atractivo y mojan con sus restos el adoquinado de flujos que tiñen baldosas igualmente grises.


Entre tanto, exigiendo su lugar, docenas de escobas de bambú deshojadas, ajadas y descoloridas, acarician la suciedad, balanceándola sin mejorar la situación. Calor inmanente, humedad persistente, todo ello bajo un sol que no se ve pero no se va.


Obras abandonadas durante el día que cobran vida por la noche, cuando la luna da vida a infinitos duendes que trabajan sin cesar para construir, por ejemplo, cuatro vías de metro en cuestión de cuatro años. Finalmente, uno consigue entrar en la estación: ríos de gente en distintos sentidos. Cabezas marrones que caminan al compás con direcciones bien marcadas. En el suelo, un cartel aconseja “primero bajar, luego subir” pero parece que sólo los occidentales lo hayamos leído. Empujones, caídas y, finalmente, el abarrotado metro, con su cordial aire acondicionado da la bienvenida a un nuevo día en esta enérgica ciudad.